Sobre el pensamiento crítico y reflexivo y el escepticismo

¿Se considera una persona crítica, reflexiva o escéptica?. ¿Es eso bueno?. ¿Es bueno educar personas críticas o escépticas? Lo mejor es reflexionar un poco sobre el tema

Manuel Blázquez - Septiembre 2017

En la mayoría de manuales de psicología se habla de PCR como una manera de pensar que implica tener la capacidad para emitir juicios derivados de la reflexión. En otras palabras, una persona reflexiva busca la verdad.

Los primeros síntomas: la curiosidad

Ocurre muy a menudo, que en las primeras etapas del desarrollo de un niño y más en concreto en el periodo desde que comienza a dominar el lenguaje y hasta las puertas de la pubertad, el PCR es algo innato a nuestra psicología. El niño lo trabaja de forma natural respondiéndose a sí mismo con acciones fruto de la curiosidad por saber y experimentar. El famoso, “Y, ¿por qué esto?, Y, ¿por qué lo otro?”, presente en todas las conversaciones del niño con padres y educadores.

Un conjunto de factores, principalmente sociales y más concretamente gregarios, hacen que nuestros pequeños dejen de practicarlo según avanzan irremisiblemente hacia la pubertad, mostrando un carácter más apagado. Esto no supone la pérdida de las habilidades reflexivas, pero no se muestran externamente. La interpretación del entorno, el análisis y la reflexión de lo que le rodea sigue latente, pero parece que gana lo emocional y la pereza intelectual.

El PCR es sinónimo de amplitud de miras pero a medida que la información que nos encontramos a lo largo de nuestra vida se vuelve compleja, el ejercicio crítico y reflexivo necesita de la mente para actuar con ella en un proceso de retroalimentación, que bien se puede enrocar en un círculo virtuoso de formulación de preguntas, análisis de sus posibles respuestas, la evaluación y discriminación de lo importante y de lo accesorio y finalmente, la reformulación de nuevas cuestiones que ponen a prueba la información original. Este ejercicio podría extenderse hasta el infinito pero la mente sabe cómo salir del bucle cuando salta una alarma, el momento que los educadores llaman el aprendizaje significativo.

Los efectos de la salida del bucle son claramente visibles: la persona es capaz de exponer con claridad lo aprendido. En contraposición con el aprendizaje memorístico, muy útil para la adquisición de constantes e información invariable que no requiere de reflexión, el PCR se adapta como anillo al dedo a metodologías educativas como el proceso de resolución de problemas o el método de proyectos y sustenta las bases del método científico.

¿Cómo es la actitud de un pensador crítico?

La teoría del PCR fue introducida en los años 1930 por el filósofo John Dewey, probablemente uno de los mejores de la primera década del siglo XX. Dewey era un firme defensor de la idea de que la teoría y la práctica iban de la mano cuando se trataba de educar. En una época entre guerras, se puede decir que abogar por la reflexión frente a la imposición ha supuesto que hoy en día pensemos en Dewey como uno de los padres de la reforma educativa basada en la democracia.

No podía ser de otra manera que Dewey sirviera de ejemplo a sus teorías en las que definía las actitudes del pensador crítico como una persona activa y conocedoras de sus sesgos y limitaciones lo que supone ser honesto con uno mismo y con los demás para así poder detectar cuando un pensamiento es defectuoso o incompleto o requiere de un mayor proceso de reflexión. Cuando se trata de los educadores, éstos han de actuar de manera empática con sus estudiantes para así crear buenos comunicadores, independientes, de mente abierta, curiosos e imparciales.

Todas estas actitudes forman una forma de enfrentarse a la vida que el astrónomo y científico Carl Sagan definió de forma muy clara como el “escepticismo científico”. Sagan publicó el artículo “La carga del escepticismo” en la revista Skeptical Inquirer, en otoño de 1987. En el artículo, Sagan trata de distinguir ciencia de pseudociencia de una forma sublime. Nadie dijo que la búsqueda de la verdad iba a resultar fácil y de hecho, se puede considerar a este proceso como una autopista con múltiples salidas. Si uno es conformista (lo que Sagan denomina amablemente ser receptivo), tomara la primera. Cuanto más escéptico seamos más lejos llegaremos en la autopista y eso tampoco es bueno, porque la autopista no tiene fin. Un buen equilibrio entre el escepticismo y el conformismo hará que elijamos una salida más lejana.

Pero aquí tampoco acaba la analogía. El pensamiento crítico y reflexivo nos ofrece una posibilidad que muy pocos practican. Si aun siendo equilibrados hemos tomado una salida errónea, el PCR nos libera de la atadura de seguir una idea aun a sabiendas de que estamos equivocados. Es posible que seamos reacios a asumir nuestro error, pero una vez superado el estado de negación, podemos dar media vuelta e incorporarnos de nuevo a la autopista, tratando de buscar la salida donde se encuentra la verdad.

Este ejemplo, quizá se me antoja realmente rebuscado, relamido y pedante pero permítanme que reproduzca ciertos párrafos bastante reveladores sobre el pensamiento reflexivo y el escepticismo del articulo de Carl Sagan:

Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo. Se puede coger un hábito de pensamiento en el que te diviertes burlándote de toda la gente que no ve las cosas tan bien como tú. Esto es un peligro social potencial, presente en una organización como el CSICOP [Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal]. Tenemos que protegernos cuidadosamente de esto. Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exquisito entre dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio escéptico de todas las hipótesis que se nos presentan, y al mismo tiempo una actitud muy abierta a las nuevas ideas. Obviamente, estas dos maneras de pensar están en cierta tensión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea, tienes un grave problema.

Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. Nunca aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cascarrabias convencido de que la estupidez gobierna el mundo. (Existen, por supuesto, muchos datos que te apoyan.) Pero de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en la vía del entendimiento y del progreso.

Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera credulidad y no tienes una pizca de sentido del escepticismo, entonces no puedes distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si todas las ideas tienen igual validez, estás perdido, porque entonces, me parece, ninguna idea tiene validez alguna. Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el mundo y especialmente para tratar con el futuro. Y es precisamente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo central del éxito de la ciencia.

Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su cuenta, cuando hablan consigo mismos, amontonan grandes cantidades de nuevas ideas y las critican implacablemente. La mayoría de ellas nunca llega al mundo exterior. Sólo las ideas que pasan por rigurosos filtros salen y son criticadas por el resto de la comunidad científica. A veces ocurre que las ideas que son aceptadas por todo el mundo resultan ser erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son reemplazadas por ideas de mayor generalidad. Y, aunque, por supuesto, existen algunas pérdidas personales (vínculos emocionales con la idea de que tú mismo has jugado un papel inventivo), no obstante la ética colectiva es que, cada vez que una idea así es derribada y reemplazada por algo mejor, la misión de la ciencia ha salido beneficiada.

En ciencia, ocurre a menudo que los científicos dicen: "¿Sabes?, ése es un gran argumento; yo estaba equivocado." Y luego cambian su mentalidad y jamás se vuelve a escuchar de sus bocas esa vieja opinión. Realmente hacen eso. No ocurre tan a menudo como debiera, porque los científicos son humanos y el cambio es a veces doloroso. Pero ocurre a diario. No soy capaz de recordar la última vez que pasó algo así en la política o en la religión. Es muy raro que un senador, por ejemplo, responda: "Ése es un buen argumento. Voy a cambiar mi afiliación política."

“Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas. Carl Sagan (1934-1996)”